El futuro no está escrito: Inteligencia Artificial y sostenibilidad
- Introducción
En los últimos años, el crecimiento de las tecnologías de inteligencia artificial (IA) ha ocupado un lugar cada vez más central en las conversaciones públicas. Circulan con frecuencia cifras sobre su impacto ambiental, artículos sobre los dilemas éticos de su desarrollo y opiniones sobre cómo sus usos se integran a distintos aspectos de nuestras vidas. En paralelo, especialmente en redes sociales, proliferan diagnósticos simplificados, cifras descontextualizadas, juicios apresurados, respuestas emotivas presentadas como certezas y denuncias fervorosas sobre los “peligros” (reales o supuestos) de estas tecnologías, como si fueran agentes autónomos surgidos en un vacío social.
No solo preocupan ciertos aspectos del desarrollo y uso de la IA, también inquieta la creciente tendencia a analizar fenómenos tan complejos desde miradas fragmentarias y reduccionistas. Estas lecturas tienden a recortar la complejidad de la situación y desvían la atención de los factores estructurales que sostienen lo que, con más precisión, podríamos llamar la problemática de la IA.
Muchas veces, estos discursos no son más que expresiones del desconcierto frente a transformaciones que nos atraviesan en múltiples planos, pero que pocas veces intentamos comprender en su totalidad.
Por eso, queremos avisar desde el inicio que este análisis se propone distinto al que predomina en redes sociales. Vamos a tomarnos un tiempo para pensar con más detenimiento, complejidad y responsabilidad. Procuraremos evitar lugares comunes y automatismos, para acercarnos con mayor claridad al entramado de relaciones técnicas, económicas, culturales y políticas que hacen posible la existencia de estas tecnologías y que determinan en gran medida cómo se desarrollan, para qué se usan y a quiénes benefician o perjudican.
Porque no se trata de defender, atacar, condenar ni encumbrar a la IA. Tampoco de evadir los efectos problemáticos de su desarrollo y aplicación. Se trata de entenderla en contexto: como parte de un modo de producción, de una forma de organizar la vida en común, de una cultura que se transforma y que reproducimos todos los días, muchas veces sin saberlo.
Todo intento serio de evaluar el impacto y la sostenibilidad de estas tecnologías debe partir de una premisa básica: no hay respuestas simples para problemas complejos. Y estos problemas no son exclusivamente tecnológicos: son también sociales, políticos, ecológicos y éticos. Si de verdad queremos construir una sociedad más justa y sostenible, no basta con criticar los síntomas: es imprescindible revisar las estructuras que los producen y los sostienen.
Este texto, entonces, es una reflexión. Un recorrido posible. No pretende ser exhaustivo, pero sí riguroso. Vamos a intentar descomponer el problema, mostrar sus piezas, entender cómo se articulan. Y sobre todo, asumir que si lo que vivimos es insostenible, es porque —con mayor o menor conciencia, por acción u omisión— lo hemos permitido colectivamente.
También es una invitación a imaginar otras formas de hacer las cosas. A construir una mirada más integral de lo que está en juego, que no se agote en el diagnóstico, sino que nos ayude a pensar otras maneras posibles de organizarnos y de habitar el mundo. Porque si hay algo urgente —y profundamente humano— es recordar que las cosas no tienen por qué seguir siendo como son. Para eso, primero, necesitamos entender dónde estamos parados.
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